PRINCIPIOS
DOCTRINALES
Considerando que la iglesia somos un cuerpo incorporado de personas de una fe preciosa, creemos y enseñamos los siguientes principios doctrinales de nuestra iglesia.
Declaración de verdades fundamentales
1. LA INSPIRACION DE LAS ESCRITURAS
Creemos que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios y la revelación de Su voluntad al hombre y la aceptamos como nuestra regla infalible de fe y conducta. La Biblia es superior a la conciencia y la razón, pero no es contraria a la razón (2 Timoteo 3:15, 2 Timoteo 3:16, 1 Pedro 2: 2).
2. DIOS ES UNO
Creemos que hay un solo Dios que se ha manifestado al mundo en distintas formas a través de las edades y que especialmente se ha revelado como Padre en la creación del universo, como Hijo en la salvación de la humanidad y como Espíritu Santo derramándose en los corazones de los creyentes.(Deuteronomio 6: 4, Marcos 12:29, Isaías 43:10, Mateo 28:19).
Este Dios es el creador de todo lo que existe, sea visible o invisible, eterno, infinito en poder, Santo en su naturaleza, atributos y propósitos y poseyendo una Divinidad absoluta e indivisible; es infinito en su inmensidad, inconcebible en su modo de ser e indescriptible en su esencia; conocido completamente sólo por sí mismo, porque una mente infinita sólo ella puede comprenderse a sí misma. No tiene cuerpo ni partes y por lo tanto está libre de todas las limitaciones.
“El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es”(Deuteronomio 6:4; Marcos 12:29). “Para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios...” (1Corintios 8:5).
Creemos que Jesucristo nació milagrosamente del vientre de la virgen María, por obra del Espíritu Santo, y que al mismo tiempo es el único y verdadero Dios (Romanos 9:5; 1Juan 5:20). El mismo Dios del Antiguo Testamento tomó forma humana (Isaías 60:1-3). “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros...”(Juan 1:14). “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria” (1 Timoteo 3:16).
Creemos que en Jesucristo se mezclaron en una forma perfecta e incompresible los atributos divinos y la naturaleza humana. Por parte de María, en cuyo vientre tomó forma de hombre, era humano; por parte del Espíritu Santo, que fue el que lo engendró en María, era divino; por eso se llama Hijo de Dios e Hijo de hombre. Por lo tanto, creemos que Jesucristo es Dios y que "en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9), y que la Biblia da a conocer todos los atributos: es Padre Eterno, a la vez que es un niño que nos es nacido (Isaías 9:6); es creador de todo (Isaías 45:18; Colosenses 1:16,17); hace maravillas(Salmos 86:10; Lucas 5:24-26); tiene potestad sobre el mar (Salmos 107:29, 30; Marcos 4:37-39); y es el mismo siempre (Salmos 102:27; Hebreos 13:8).
3. EL ESPÍRITU SANTO.
Creemos que todas las personas que se apartan de sus pecados y ponen su fe en la obra terminada de Jesucristo reciben un nuevo nacimiento por el cual su vida se regenera por el poder del Espíritu Santo de Dios (Juan 3: 3-6, Tito 3: 5). A partir de ese momento, las personas regeneradas tienen el Espíritu Santo de Dios morando dentro de ellos, lo cual les permite vivir una vida santa (1 Corintios 3:16, 2 Pedro 1: 3-4).
Creemos en el bautismo del Espíritu Santo, prometido por Dios en el Antiguo Testamento y derramado después de la glorificación del Señor Jesucristo, que es quien lo envía (Joel 2:28, 29; Juan 7:37-39; 14:16-26; Hechos 2:1-4). Creemos que Dios nos ha llamado y ungido para vivir en la plenitud del Evangelio a través del Bautismo del Espíritu Santo.
Creemos, que el Espíritu Santo es potencia que permite testificar de Cristo (Hechos 1:8), y que sirve para la formación de un carácter cristiano más agradable a Dios (Gálatas 5:22-25). El mismo Espíritu da dones a los hombres, que sirven para la edificación de la iglesia (Romanos12:6-8; 1 Corintios 12:1-12; Efesios 4:7-13).
Todos los creyentes necesitan el bautismo en el Espíritu Santo, la promesa del Padre. Y todos los creyentes deben buscar la llenura del Espíritu Santo y vivir constantemente en el Espíritu, como lo enseña la Palabra de Dios (Romanos 8:5-16; Efesios 5:18; Colosenses 3:5). Esta fue la experiencia normal en la iglesia cristiana primitiva.
Con esto viene una vida de servicio espiritual más profundo y el otorgamiento de los dones y sus usos en la obra del ministerio (Lucas 24:49, Hechos 1: 4, 1 Corintios 12: 1-31). Esta maravillosa experiencia es distinta y posterior a la experiencia del nuevo nacimiento (Hechos 10: 44-46, Hechos 11: 14-16, Hechos 15: 7-9, Hechos 19:3,6)
4. EL HOMBRE, SU CAÍDA Y SU SALVACION.
El hombre fue creado bueno y recto porque Dios dijo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza". Pero el hombre, por transgresión voluntaria, cayó y su única esperanza de salvación está en Jesucristo (Génesis 1: 26-31, Génesis 3: 1-7, Romanos 5: 12-21).
Creemos en el sacrificio en la cruz de nuestro Señor Jesucristo para recibir la salvación y la vida eterna a través de su muerte y el poder de su resurrección. La gracia de Dios que trae la salvación se ha manifestado a todos los hombres, a través de la predicación del arrepentimiento y la fe en el Señor Jesucristo. (Tito 2:11, Romanos 10: 13-15, Lucas 24:47, Tito 3: 5-7).
La evidencia interna de la salvación para el creyente es el testimonio directo del Espíritu de Dios (Romanos 8:16). La evidencia externa para todos los hombres es una vida de justicia y verdadera santidad.
5. EL BAUTISMO EN AGUA.
Creemos en el bautismo en agua, por inmersión y en el nombre de Jesucristo, como lo ordenan las Escrituras y que este debe ser administrado por un ministro ordenado. El bautismo debe ser por inmersión, porque sólo así se representa la muerte del hombre al pecado, la sepultura de una vida sin Dios y la resurrección a una vida nueva. A través del bautismo nos identificamos con la muerte de Cristo (Romanos 6:1-5). En el bautismo se debe invocar el nombre de Jesucristo, porque esta es la forma en que los apóstoles bautizaron en la edad primitiva de la Iglesia, según lo prueban las Sagradas Escrituras (Hechos 2:38; 8:16; 10:48; 19:5; 22:16).
Todos los que se han arrepentido y han creído en Cristo como su Salvador y Señor deben obedecer la ordenanza del bautismo según lo enseñan las Escrituras. Al hacerlo, ellos declaran al mundo que murieron con Jesús y resucitaron con Él para caminar en novedad de vida (Mateo 28:19, Hechos 10:47, Hechos 48, Romanos 6: 4, Hechos 20:21, Hebreos 10:22)
6. LA CENA DEL SEÑOR.
Creemos en la práctica literal de la Cena del Señor, que él mismo instituyó (Mateo 26:26-29; Marcos 14:22-25; Lucas 22:15-20; 1 Corintios 11:22-31). En esta ordenanza se debe usar pan sin levadura, que representa el cuerpo sin pecado de nuestro Señor Jesucristo, y el fruto de la vid sin fermentar, que representa la sangre de Cristo, que consumó nuestra redención.
El objeto de esta ceremonia es conmemorar la muerte de nuestro Señor Jesucristo y anunciar que un día regresará al mundo, y al mismo tiempo para dar testimonio de la comunión que existe entre los creyentes. Ninguna persona debe participar de este acto si no es miembro fiel de la Iglesia y está en plena comunión (1 Corintios 10:15-17; 11:27, 28; 2 Corintios 13:5).
7. EL MATRIMONIO HETEROSEXUAL.
Creemos que el matrimonio es sagrado y que Dios lo estableció desde el principio entre el hombre y la mujer (Génesis 2:21-24; Mateo 19:1-5; Hebreos 13:4). El hombre y la mujer deben realizar su matrimonio de acuerdo con las leyes de sus países respectivos y luego presentarse en la iglesia para la ceremonia matrimonial. Las parejas que no hayan legalizado su unión y desean bautizarse, deben cumplir primeramente con los requisitos de las leyes civiles.
Creemos que el matrimonio es una unión que debe perdurar mientras viven los dos cónyuges. Al morir uno de ellos, el otro está libre para casarse, y no peca, si lo hace en el Señor (Romanos 7:1-3; 1 Corintios 7:39).
Creemos, además, que los matrimonios deben verificarse exclusivamente entre los miembros fieles. Ningún ministro deberá casar a un miembro de la iglesia con una persona inconversa. (2 Corintios 6:14-16)
8. LA SANTIFICACIÓN.
Creemos que todos los miembros del cuerpo de Cristo deben ser santos, es decir, apartados del pecado y consagrados al servicio de Dios. Por esta razón deben abstenerse de practicar toda clase de diversiones malsanas e inmundicias de carne y de espíritu (Levítico 19:2; 2 Corintios 7:1; Efesios 5:26, 27; 1 Tesalonicenses 4:3, 4; 2 Timoteo 2:21; Hebreos 12:14; 1 Pedro 1:16). La santificación es la voluntad de Dios para todos los creyentes, y debe buscarse caminando en obediencia al Espíritu Santo de Dios.
9. LA IGLESIA.
Creemos que la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo es una, universal e indivisible, formada por todos los hombres, sin distinción de nacionalidad, idioma y cultura, que hayan aceptado a nuestro Señor Jesucristo como Salvador y hayan sido bautizados en agua por inmersión en su nombre (Mateo 28:19; Hechos 2:38; 8:16; 10:48; 19:5; Romanos 6:1-4; Colosenses 2:12), crean en el bautismo en el Espíritu Santo (Hechos 1:5; 2:1-4), vivan separados de la práctica del pecado, y perseveren sirviendo al Señor (Mateo 24:13; Romanos 2:7; 6:11-13; Efesios. 4:22-32; 5:1-11). Los vínculos que unen a los miembros de la Iglesia son el amor de Dios, la fe Cristo céntrica y el nombre de Jesucristo.
La iglesia es el cuerpo de Cristo, la habitación de Dios a través del Espíritu para el cumplimiento de su gran comisión. Cada creyente, nacido del Espíritu, es una parte integral de la iglesia, que está escrita en el cielo (Efesios 1:22, Efesios 1:23, Efesios 2:22, Hebreos 12:23).
Creemos que el compañerismo cristiano, la edificación mutua y el esfuerzo evangelistico, en la forma de iglesias locales, es el orden establecido por Dios para su pueblo.
Creemos que cada iglesia debe reunirse para la adoración, el compañerismo, el consejo, la instrucción en la Palabra de Dios y el trabajo ministerial.
Creemos que cada iglesia debe ejercer los dones y los oficios previstos en el Nuevo Testamento para alcanzar el objetivo cristiano:“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo,” Efesios 4.11–12
10. EL CUERPO MINISTERIAL.
El Señor ha provisto un ministerio oficial divinamente llamado y ordenado por las Escrituras para la evangelización del mundo y la edificación del cuerpo de Cristo (Efesios 4: 11-13).
Creemos que, para el desempeño del ministerio oficial de la Iglesia, Dios llama a cada persona, y que el Espíritu Santo confiere a cada ministro la facultad de servir a la Iglesia en distintas capacidades y con distintos dones, cuyas manifestaciones son todas para edificación del cuerpo de Cristo (Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:5-11; Efesios 4:11, 12).
Creemos también que, aunque el llamamiento al ministerio es de origen divino, la Palabra de Dios contiene suficientes enseñanzas sobre los requisitos que debe llenar la persona que va a servir en el ministerio y que corresponde a los gobiernos eclesiásticos organizados examinar a los candidatos al ministerio y determinar cuándo son dignos de aprobación y la tarea a que se deban dedicar (Hechos 1:23-26; 6:1-3; 1 Timoteo 3:1-10; 4:14; 5:22; Tito:5-9).
Creemos, además, que el Espíritu Santo usa al ministro en distintas formas, según las necesidades de la obra de Dios y la capacidad y disposición personal del ministro. Nadie puede ser colocado en una posición más elevada que aquella a que se haga merecedor (Romanos 12:3; 1 Timoteo 3:13).
Creemos que el trabajo del pastor es muy especial en el ministerio y que a quienes lo ocupan se les debe dar muestras especiales, consideraciones, respeto y honra. (1 Timoteo 5:17)
11. SISTEMA ECONÓMICO DE LA IGLESIA.
Creemos que el sistema que la Biblia enseña para la obtención de fondos necesarios para el cumplimiento de la misión de la Iglesia, es el de diezmos y ofrendas, y que debe ser practicado por ministros oficiales y laicos igualmente (Génesis 28:22; Malaquías 3:10; Mateo 23:23; Lucas 6:38; Hechos 11:27-30; 1 Corintios 9:3-15; 16:1, 2; 2 Corintios 8:1-16; 9:6-12; 11:7-9; Gálatas 6:6-10; Filipenses 4:10-12, 15-19; 1 Timoteo 5:17, 18; Hebreos 13:16).
Sabiendo que la obra de Dios no tan sólo abarca el aspecto espiritual sino también el material, creemos que es necesario reglamentar la manera en que se adquieran y distribuyan los fondos necesarios para responder a las necesidades materiales de la Obra.
12. LA IGLESIA Y EL ESTADO
Creemos en la separación del Estado y la Iglesia, y que ninguno debe intervenir en los asuntos internos del otro, pues aquí se cumple el precepto bíblico de dar lo que es de César a César y lo que es de Dios a Dios (Mateo 12:17). Los miembros de la Iglesia deben tomar participación en actividades cívicas de acuerdo con su capacidad e inclinaciones políticas, pero siempre reflejando los principios de la Palabra de Dios. La Iglesia tiene cabida para los hombres de todos los credos políticos.
Al mismo tiempo, todos los miembros de la Iglesia deben obedecer las autoridades civiles y todas las leyes y disposiciones que de ellas emanen, siempre que no contradigan los principios de la Palabra de Dios o los obliguen a hacer cosas en contra de su conciencia (Romanos 13:1-7).
La Iglesia reconoce el gobierno humano como de ordenación divina (Romanos 13:1, 2) y al hacerlo así, exhorta a sus miembros a que afirmen su lealtad a su patria. Siendo discípulos del Señor Jesucristo, es deber de todo cristiano obedecer sus mandamientos: “No resistáis al que es malo” (Mateo 5:39), “Seguid la paz con todos” (Hebreos 12:14, Mateo 26:52, Romanos 12:19, Santiago 5:6 y Apocalipsis 13:10). Por estas Escrituras, se cree y se interpreta que los seguidores de nuestro Señor Jesucristo no deben destruir propiedades ajenas o quitar vidas humanas. Todos los que han recibido el conocimiento de la verdad, se les han perdonado todos los pecados y han sido hechos nuevas criaturas en Cristo Jesús, no deben participar en acciones y actos que vayan en contra de la divina Palabra de Dios (Hebreos 6:4-9; 10:26, 27).
Por lo tanto, todos los miembros son exhortados a responder voluntaria y libremente al llamado de su gobierno, en tiempo de paz o de guerra, y prestar servicio en todas las capacidades no combatientes. La doctrina enseña que se ore para que tengamos siempre hombres de Dios como gobernantes, y orar por ellos para que tengan siempre dirección divina para que seamos guardados fuera de la guerra, vivamos con honor y en paz continuamente (1 Timoteo 2:1-3).
13. SANIDAD DIVINA.
La liberación de la enfermedad se nos proporciona en la expiación, y es el privilegio de todos los creyentes (Isaías 53: 4, Isaías 53: 5, Mateo 8:16, Mateo 8:17). Creemos que la sanidad divina es un resultado del sacrificio de Cristo, pues él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores (Isaías 53:4).
La sanidad se efectúa por una combinación de la fe del creyente y el poder del nombre de Jesucristo que se invoca sobre el enfermo. El Señor Jesucristo prometió que los que creyeran en su nombre pondrían las manos sobre los enfermos, y éstos sanarían (Marcos 16:18).
14. LA RESURRECCIÓN
Creemos en la resurrección literal de nuestro Señor Jesucristo que se efectuó al tercer día de su muerte, como lo relatan los evangelistas (Mateo 28:1-10; Marcos 16:1-20; Lucas 24:1-12, 36-44; Juan 20:1-18). Esta resurrección había sido anunciada por los profetas (Isaías 53:12) y es necesaria para nuestra esperanza y justificación (Romanos 4:25; 1 Corintios 15:20).
Creemos que habrá una resurrección literal de los que murieron en el Señor, en la cual serán revestidos con un cuerpo glorificado y espiritual, con el cual vivirán para siempre en la presencia del Señor (Job 19:25-27; Salmos 17:15; Juan 5:29; Hechos 24:15; 1 Corintios 15:35-54; 1 Tesalonicenses 4:16, Tito 2:12, Romanos 8:23). Los cristianos que estén en pie en el momento en que el Señor recoja a su Iglesia serán igualmente transformados y así irán a estar con el Señor por siempre en gloria (1Corintios 15:51, 52; 1 Tesalonicenses 4:18).
Creemos, también, que habrá resurrección de injustos, pero éstos despertarán del sueño de la tumba para ser juzgados y oír la sentencia que los hará herederos del fuego eterno (Daniel 12:2; Mateo 25:26; Marcos 9:44; Juan 5:29; Apocalipsis 20:12-15).
15. EL RECOGIMIENTO DE LA IGLESIA Y EL MILENIO.
Creemos que la Iglesia, compuesta de los que murieron en el Señor y los fieles que estén sobre la tierra en el momento del rapto, será levantada para ir a encontrar a su Señor en los aires y participar en las bodas del Cordero. Después vendrán con el Señor a la tierra para hacer el juicio de las naciones y reinar con Cristo mil años. Este período será precedido por la Gran Tribulación y la batalla de Armagedón, a la cual dará fin el Señor cuando descienda sobre el monte de los Olivos con todos sus santos (Isaías 65:17-25; Daniel 7:27: Miqueas 4:1-3; Zacarías 14:1-6; Mateo 5:5; Romanos 11:25-27; 1 Corintios 15:51-54; Filipenses 3:20, 21; 1 Tesalonicenses 4:13-17; Apocalipsis 20:1-5).
16. El JUICIO FINAL.
Creemos que hay un juicio preparado en el cual participarán todos los hombres que hayan muerto sin Cristo y los que estén sobre la tierra en el tiempo de su verificación. Este juicio se efectuará al final del Milenio, y también se conoce con el nombre de Juicio del Trono Blanco, en el cual todos los hombres serán juzgados de acuerdo con lo que está escrito en los libros que Dios tiene preparados.
Al terminarse este juicio, los cielos y la tierra que hoy existen serán renovados por fuego, y los fieles habitarán en la Nueva Jerusalén. (Daniel 7:8-10, 14-18; 1 Corintios 6:2, 3; Romanos 2:16; 14:10; Apocalipsis 20:11-15; 21:1-6). Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. 2 Pedro 3.13 (RVR60)